He aquí lo que me contó
un barrilete que fue mi amigo: Soy un barrilete gris, pero no siempre he sido
así. Antes de ser amigo tuyo era de muchos colores. Y no pienses que estoy
triste por ser de color gris. Estoy contento y orgulloso. Verás…
Hace mucho tiempo nací
en una selva llena de árboles de color lila, lianas de color amarillo y
matorrales de color naranja. Yo salí de una calabaza de color carmín. De la
calabacera salió una flor roja y azul. La flor se hizo muy grande Y una vez que
se le hubieron caído los pétalos, se convirtió en una calabacita que tenía
todos los colores del arco iris. Cuando hubo crecido bastante, se abrió
dulcemente y de su interior salí yo, el barrilete de colores.
Jugaba con la hierba,
las flores, los árboles y los animalitos de la selva. Era muy feliz. Un día me
hice amigo del soplo del viento que había entrado en la selva y nos fuimos a
jugar muy cerca de las nubes. Jugando, jugando y con la ayuda del soplo del
viento, subí arriba, más arriba de los árboles más altos y de las nubes.
Subimos muy arriba. Entonces decidimos dar una vuelta por el mundo viajando por
encimas de valles, montañas, mares, ciudades y pueblos. Todo era encantador..
Pero un día llegamos a
una ciudad muy grande que nos dejo perplejos. Era toda ella gris. Las casas
grises se veían tristes, la gente vestida de gris tenía mala cara, los coches
daban miedo, incluso el aire estaba lleno de motas grises. Vi en una ventana un
niño con mirada triste. Quise hacerme su amigo. Por eso solté el cordel, poco a
poco, delante de su ventana. Lo vio, miró hacia arriba y se dio
cuenta de mi presencia. Tomo el cordel y…sonrió con tristeza. En aquel lugar
todo el mundo estaba triste por culpa del color gris.
El viento sopló y sopló
para ahuyentar aquel color tan poco estimulante; pero no pudo. Entonces nos
dimos cuenta de que era la misma ciudad la que fabricaba el color gris por
culpa de unas grandes industrias. En las tiendas, solo se podía comprar el
color gris. Este color no solo estaba en exterior, sino que la gente lo llevaba
en su corazón y no ase podía librar de él.
Con el soplo del viento
nos miramos y enseguida subimos arriba, hasta encontrar una nube llena de
agua que quisiera ayudar. Una nube muy amable me dejo entrar en su interior.
Estuve en remojo un buen rato hasta que mis colores se ablandaron.
Después bajamos a la ciudad y el soplo del viento me hacia volar. Iba dejando
gotas de mis colores por encima de la gente, las casas, las plazas y las
calles. Fui dejando gotitas de mil colores: amarillas, verdes, rojas,
azules, violetas…Las gotitas empapaban a la gente por fuera y por dentro. Los
colores les llegaban hasta el fondo de su ser, y era como una lucecita que les
iluminaba el corazón. La gente descubrió los colores y estaba tan contenta que
fueron a comprarlos a las tiendas y viendo que allí solo había gris, se fueron
a buscar colores por su cuenta.
Unos buscaron el rojo en
el sol, otros el azul en el mar, otros el blanco de la nieve o el verde de la
hierba fresca de los prados. Todos llevaban a la ciudad los colores que habían
encontrado y los dejaban en medio de las plazas y calles para que todo el mundo
los utilizara cuando quisiera. Poco a poco el color gris de la ciudad
desapareció y está, ya coloreada, se convirtió en la más bonita. Había alegría,
la gente sonreía, los coches circulaban, y todo estaba lleno de luz y de
alegría. Ahora las fábricas ya saben hacer colores y las tiendas los venden muy
variados. También existe el gris de un tono perla precioso.
Yo soy amigo de todos
los niños y ellos sostiene mi cordel, me hacen volar y jugar. Me quieren aunque
sea gris, por haber dado mis colores a la gente. Pero soy feliz y hermoso,
porque el gris, acompañado de otros colores, es un color bonito. Si algún día
venís por aquí, ya lo veréis y jugaremos todos juntos.
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