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lunes, 16 de septiembre de 2013

Carta Enciclica, "Lumen Fidei" . CAPÍTULO TERCERO TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO

continua del dia 12/09/2013

CAPÍTULO TERCERO
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf. 1 Co 15,3)
La fe, que nace de un encuentro, tiene necesidad de transmitirse. Y mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros. La Iglesia es una Madre que nos enseña el lenguaje de la fe. “El Amor, que es el Espíritu y que mora en la Iglesia, mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guía de nuestro camino de fe” (n. 38). La Iglesia transmite a sus hijos el contenido de su memoria, mediante la tradición apostólica. En la liturgia, por medio de los sacramentos, se comunica esta riqueza (n. 40). La transmisión de la fe se realiza en primer lugar mediante el bautismo, que nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Ahí recibimos también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que nos pone en el camino del bien (n. 41). El bautizado, rescatado de la muerte, “puede ponerse en pie sobre el «picacho rocoso» (cf. Is 33,16) porque ha encontrado algo consistente donde apoyarse” (n. 43).
San Agustín decía que a los padres corresponde no sólo engendrar a los hijos, sino también llevarlos a Dios, para que sean regenerados como hijos de Dios por el bautismo y reciban el don de la fe (cf. De nuptiis et concupiscentia, I,4,5) (n. 43). La naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la Eucaristía, alimento para la fe, “encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida; que nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios” (n. 44).
En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe, en la que “toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo”. El Credo tiene una estructura trinitaria. Así afirma que el secreto más profundo de todas las cosas es la comunión divina; que este Dios comunión, intercambio de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu, es capaz de abrazar la historia del hombre, de introducirla en su dinamismo de comunión. Quien confiesa la fe, “no puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, la Iglesia” (n. 45).
Otros dos elementos esenciales en la transmisión fiel de la memoria de la Iglesia son la oración del Señor, el Padrenuestro, y el decálogo (cf. Ex 20,2), cuyos preceptos, que alcanzan su plenitud en Jesús (cf. Mt 5-7), “hacen salir del desierto del «yo» cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia” (n. 46).
La fe debe ser confesada en su pureza e integridad (cf. 1 Tm 6,20) (n. 48). Como servicio a la unidad de la fe y a su transmisión íntegra, el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica. El Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe (n. 49).
CONTINUARA...


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