rezando en la montaña

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Concilio Ecuménico visto por un Auditor laico Argentino.

Juan Vázquez y Pablo VI


Juan Vázquez relata sus impresiones de la Asamblea del siglo veinte.

            Ha regresado de la Ciudad Eterna, adonde sus altas funciones de dirigente internacional lo llevaron tantas veces y adonde sin duda volverán a conducirlo, Juan Vázquez, vocal de la Junta Central de la Acción Católica Argentina miembro del Comité Permanente de los Congresos Internacionales para el Apostolado de los Laicos y presidente de la Federación Internacional de la Juventud Católica.
            Nuestro amigo Vázquez es, en estos momentos, noticia, por su carácter de Auditor del Concilio Ecuménico Vaticano II. Nuestros más importantes rotativos lo han entrevistado a su llegada de Roma, en las postrimerías de 1963, y han publicado largos reportajes, pues el Concilio viene siendo noticia desde que lo anunciara al mundo el inolvidable Juan XXIII, de feliz y querida memoria, y desde que Pablo VI le diera todo su apoyo, tal como hiciera siendo Arzobispo de Milán y amigo dilecto del anciano Pontífice a quien le tocaría suceder.
            Juan Vázquez, que ha vivido el Concilio por dentro, ha vuelto de Roma entusiasmado y feliz; y su presencia entre nosotros, a la espera de la reanudación de la magna asamblea, no tiene tan sólo el significado de un merecido descanso, sino la misión más importante de transmitir a los demás ese fuego sagrado que brota del corazón de quien, tras especial privilegio, ha podido comprender y apreciar mejor que otros las maravillas del Espíritu Santo conduciendo a su Iglesia a través del tiempo.
            Las grandes causas crean siempre grandes admiradores, que serán como la levadura en la masa. Así ocurrió en la época de los grandes viajes de descubrimiento. Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Hernán Cortés, tras haber columbrado mundos maravillosos, aunque primitivos, salvaron con impaciencia la distancia que los separaba de España, donde narraron alborozados las singulares características de aquellas naciones indígenas.
            Juan Vázquez vuelve de un viaje más maravilloso aún, cuyo itinerario está señalado por la Gracia, y el que pronto reanudará, llevando siempre presente en su corazón -como lo ha declarado reiteradamente- a nuestra querida Acción Católica.
            Lo entrevistamos en la sede de la Junta Central, adonde concurre todas las tardes, y es fuerza que la conversación recaiga sobre el Concilio Ecuménico.
            “Cuando Su Santidad Pablo VI ha designado un grupo de laicos para asistir al Concilio -dice-, ha escogido algunos dirigentes de organizaciones internacionales católicas. Ahora somos un pequeño grupo… Sabemos que no representamos a todas las personas y todas las formas de apostolado ni todos los ambientes y naciones. Sentimos, sin embargo, el deber de participar nuestro testimonio de auditores a los miembros de estas asociaciones y a los laicos que nos han concedido su confianza”.

            -Los diarios se han referido a grupos opuestos dentro del aula conciliar. ¿Es cierto?
             
-Nosotros sabemos muy bien que es el Concilio; lamentablemente, fuera del catolicismo no ocurre lo mismo. Hay quienes quieren ver en él a una especie de parlamento o a un congreso. Nada de esto existe. Lo cierto es que en el Concilio hay hombres, sociólogos, liturgistas, canonistas, y es natural que traigan ideas distintas, a veces en oposición. Pero esto no implica que haya grupos opuestos (conservadores, liberales). Lo que hay son canonistas, liturgistas, sociólogos, cada uno de los cuales trae al Concilio su propio punto de vista, del cotejo de los cuales saldrá esa Iglesia que reclaman estos tiempos. La Iglesia para embellecerse se mira en Cristo, que es la Suma Belleza.
Cada mañana hemos sido testigos de intervenciones densas, en las que cada palabra ha sido pensada largamente, y que con clara evidencia tienden, en el deseo de sus autores, hacia el mayor bien de la fe. Las posiciones son diversas, a veces fuertemente opuestas; no nos asombramos de ello. ¿Cómo podrían dos mil quinientos obispos, cuyas edades van de los treinta y cinco a los cien años, venidos de las cinco partes del mundo, que jamás se habían visto antes, de frente a la variedad inmensa de las situaciones pastorales y humanas, no ver de diversa manera la elaboración y la expresión del pensamiento de la Iglesia? Ninguna consulta individual de los obispos habría podido aportar tan gran riqueza. Y la Historia está ahí para recordarnos los grandes progresos realizados en los concilios más tumultuosos.

-Algunos se lamentan de la lentitud con que marcha el Concilio, y éstos ya quisieran estar en las etapas finales… ¿Qué puede decir al respecto?

-Es verdad. Algunos manifiestan un poco de impaciencia ante la aparente lentitud de los trabajos. ¿Se ha pensado, sin embargo, en lo que es un Concilio? Por mi parte puedo afirmar que el ritmo de estos trabajos es una garantía de la libertad total de expresión que reina en el Concilio y de la seriedad con que se tratan las cuestiones difíciles y complejas.
El Concilio nos ha hecho ver que la Iglesia, para ser dócil al
Espíritu Santo, debe hablar consigo misma y buscar la fórmula más completa y más justa. Este esfuerzo de maduración y de conciliación exige largo tiempo.
Cuando el Papa Juan XXIII anunció al Episcopado su propósito de realizarlo, llegó de todo el mundo un caudal de información jamás sospechado, que las comisiones preconciliares clasificaron por asunto e importancia. Obispos y peritos elaboraron los esquemas, que un relator se encargaría de presentar a la asamblea ecuménica.
Primeramente se discute en general; luego, capítulo por capítulo. Una vez que es aprobado, vuelve a la comisión conciliar para una nueva redacción. Luego será considerado y votado en las Congregaciones Generales.
Todo esto implica un trabajo en verdad abrumador, porque los asuntos hay que ponerlos de acuerdo con la liturgia, la sociología, el derecho canónico.
Cuando el esquema vuelve al aula conciliar, es nuevamente discutido, y se le introducen otras enmiendas. Después, se vota capítulo por capítulo, hasta conseguir su aprobación total. En la sesión pública, presidida por el Papa, se efectúa la votación final y queda sancionado.
Después de esto, ¿quién podrá negar que la solución hallada no sea la mejor, lo que corresponde a la verdad, a la que los padres conciliares, iluminados por el Espíritu Santo, han sido conducidos?

-¿Cómo resumiría usted el espíritu y los frutos alcanzados ya por el Concilio?

-Estamos admirados del carácter universal de la Iglesia por la manera con que se nos ha presentado en el Concilio. Los padres confesores de la fe, los cardenales de todo color, revestidos de idéntica púrpura, los patriarcas de Oriente, y los obispos latinos de todos los países aparecen empeñados en una misma fatiga: la edificación de la Iglesia. Innumerables son los coloquios, los intercambios de ideas, los sondeos a los que asistimos en el aula conciliar, en las naves de la basílica y en las dependencias adyacentes, y aún más, en la vías de la vieja Roma. No podemos olvidar las reuniones de obispos en las cuales el Concilio nos ha dado la oportunidad de participar. Delante de nosotros están los observadores, atentos, recogidos en plegaria durante la santa misa, interesados en seguir las intervenciones. Ellos tienen conciencia de la confianza que les concede el Concilio y, digámoslo también, y de la valentía de la que da prueba haciéndoles asistir a sus investigaciones y a sus problemas. Esta es una de las audacias del Concilio, si así es lícito expresarse.
Desde el punto de vista ecuménico, este encuentro es rico en mutuos descubrimientos; de una parte y de la otra supera la época de la recíproca ignorancia. Se ha distribuido un capítulo sobre los judíos y otro sobre la libertad religiosa. Aunque parezca largo todavía el camino, ya se han conseguido algunos resultados de notable importancia.
Por primera vez en la Historia un Concilio Ecuménico ha abordado el problema de los laicos en toda su amplitud buscando el puesto que le corresponde en el seno del pueblo de Dios que camina. Toda nuestra participación en la vida de la Iglesia resultará, de ahí, totalmente transformada poco apoco. Esto se hará sentir en todas las latitudes, en toda comunidad, hasta en la más pequeña parroquia.
Se ha decidido una reforma de la liturgia. La saludamos con alegría. Hará más activa la participación del pueblo en la vida de la Iglesia. La apertura al mundo, exigencia viva de nuestro tiempo, a la que se dedicará un esquema particular, no ha sido aún afrontada. Pero el mundo mira al Concilio y los padres advierten la inquietud.
El Concilio piensa en el mundo, prueba, experimenta, vive hasta el sufrimiento la responsabilidad de la salvación. Tiene presente  en todo momento los signos del tiempo: la sed de paz, el deseo de unidad, la voluntad de expansión de la persona humana, la reivindicación de la justicia, la esperanza de los pobres, los sufrimientos del trabajo, el hambre y la ignorancia, el crecimiento de los pueblos, la organización internacional.
 Estas preocupaciones de los hombres, nos parece haberlas recordado alguna vez a los padres del Concilio a través de nuestra modesta presencia.

-¿En qué oportunidades los auditores laicos han intervenido durante la pasada sesión?

-Nuestra intervención se hizo visible en el seno de las comisiones, donde es notable la importancia del trabajo y la función y responsabilidad de los padres que participan. Hemos buscado el seguir los trabajos conciliares lo más intensamente posible, hacer consultas entre nosotros regularmente, encontrar en  nuestro pequeño grupo la máxima unanimidad en relación con aquellos problemas que nos afectan o aquellos sobre los cuales se ha deseado o pedido nuestro parecer de laicos. Por esto hemos pedido y obtenido que un padre conciliar haya sido designado para asegurar un vínculo más directo entre nuestro grupo y la asamblea. El Santo Padre, a propuesta de los moderadores, ha escogido como “asesor” de los auditores laicos a su eminencia monseñor Emilio Guano, obispo de Livorno, miembro de la Comisión Conciliar para el apostolado de los Laicos y de la Comisión Mixta encargada de redactar el esquema sobre la presencia de la Iglesia en el mundo.
Durante la audiencia que el Santo Padre nos otorgara, expresó que los “auditores” en el Concilio, los laicos, se convierten en “locutores” fuera de él. “Es aquí, dentro de la experiencia profesional y social -añadió el Sumo Pontífice- donde se cambian los papeles: los pastores se convierten en “auditores” y los laicos en “locutores”.
Aún cuando el nuestro ha sido un trabajo abrumador, lo hemos realizado con alegría. No pasaba jornada sin que concurriésemos a las diferentes comisiones, consultáramos documentos, tomáramos apuntes. Era aquello un cuadro nuevo, pero alentador: Obispos que preguntaban y escuchaban con una consideración que en verdad compromete nuestra gratitud y respeto; auditores laicos intercambiando ideas con respetables purpurados sobre temas estrechamente vinculados con los seglares. Asistimos también, especialmente invitados, a distintas reuniones de conferencias episcopales, como la española y la canadiense, en preparación de las sesiones conciliares.

-Como dirigente laico, ¿cree usted que este Concilio es también una afirmación del laicado?

-Estoy convencido de ello. Y dentro del laicado, la Acción Católica, a la que Pablo VI considera que no está exhausta, no ha sido superada y que es insustituible.
Debo confesar que vuelvo impresionado por los discursos del Santo Padre sobre la Acción Católica y el eco que los mismos han hallado entre los Obispos reunidos en la Ciudad Eterna. La confianza que el Santo Padre deposita en la Acción Católica, a la que ha calificado de “vía maestra del apostolado”; su convicción de que ella juega un papel decisivo en la difusión del Evangelio, confirman el alto aprecio en que el Santo Padre, tiene por la Acción Católica, que tiene su propio estilo y está en las estructuras y constituciones de la misma Iglesia.
Aún cuando no hace estrictamente al tema de esta entrevista, cabe agregar que durante mi reciente gira por el África pude comprobar una vez más la importancia y actualidad de la Acción Católica en el mundo de hoy. En esos países jóvenes, que recién despiertan a la vida independiente, donde nuestra Santa Religión surge con toda la fuerza de una tierra virgen, los cuadros de hombres y mujeres organizados para difundir a Cristo, son de una importancia en verdad insustituible.
El Tercer Congreso Mundial del Apostolado de los Laicos reafirmará el papel de los seglares en el mundo. Pablo VI ha dicho “Nos rezaremos de buen grado para que el Tercer Congreso tenga el mayor de los éxitos”.

-¿Qué impresiones tiene de Pablo VI?

-La impresión que produce el Papa felizmente reinante, es una especie de síntesis de los tres Papas anteriores: visión moderna y general como Pío XI; hombre de ciencia como Pío XII; hombre cordial, de amor a los hombres, amor a la humanidad, como Juan XXIII. Posee, además, la ventaja de que conoce la técnica de la Curia Romana, y aunque ello no lo parezca, adquiere mucha importancia y es terreno ganado para un Pontífice que tiene ante sí tan magna tarea a realizar.

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