rezando en la montaña

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viernes, 20 de septiembre de 2013

Carta Enciclica "Lumen Fidei". CAPÍTULO CUARTO DIOS PREPARA UNA CIUDAD PARA ELLOS

continuacion 16/09/2013
CAPÍTULO CUARTO
DIOS PREPARA UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)

Al presentar la fe de los patriarcas y de los justos del Antiguo Testamento, la Carta a los Hebreos pone de relieve que ésta no es sólo un camino, sino también edificación de un lugar en el que los hombres puedan convivir (cf. 11,7) (n. 50). Por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la fe ilumina las relaciones humanas; se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común. “Su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza… Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios” (n. 51).
El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo para toda la vida. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos. (n. 53). En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia. Sobre todo los jóvenes deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la Iglesia. “Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime... Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos” (n. 52).
“¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo” (n. 54). La fe nos hace respetar más la naturaleza; nos invita a buscar modelos de desarrollo que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común. La fe afirma también la posibilidad del perdón e ilumina la vida en sociedad, poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama (n. 55).
Incluso, en la hora de la prueba, la fe nos ilumina. Por eso el Salmo 116 exclama: “Tenía fe, aún cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!»” (v. 10). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en Dios, que no nos abandona, y de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. La muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último “sal de tu tierra y ven”, pronunciado por el Padre (n. 56).
La luz de la fe no nos lleva a olvidamos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y darnos luz. La fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf 2 Co 4,16-5,5). “En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día” (n. 57).
BIENAVENTURADA LA QUE HA CREÍDO (Lc 1,4.5)
“La Madre del Señor es icono perfecto de la fe, como dice santa Isabel: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres” (n. 58). A ella nos encomendamos, pidiendo que “esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo” (60).


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